jueves, 4 de enero de 2007

La niña

Busqué la sombra ideal, y la encontré entre los pilares que se erguían detrás del pozo que absorbía el sol con desmedida hambre. Saqué una hoja en blanco dentro de una antigua revista, luego un lápiz, el cual tenía zafada la punta, y justo antes de que la tajara, se sentó muy cerca una niña de cabellos rutilantes.

Luego de dos fallidos intentos quedó listo el lápiz. Esta vez todo era distinto: tenía como musa a un ser viviente, a una niña sentada a mi izquierda (¡y yo soy zurdo!). Esto dificultaba sobremanera mirarla de reojo y escribir. Sus tiernas manos estaban al alcance de mi vista, y vi cómo retiraba la envoltura de un caramelo rojo, la que guardó en un bello libro de catecismo.

Sus pies y todos sus dedos eran perfectos. Sólo una pequeña cicatriz en su pantorrilla derecha llamó simplemente mi atención. Me resultaba muy vergonzoso girar un poco el cuello para mirarla. Por un momento pensé en sentarme un rato bajo el ardiente sol, pero temí que alguien ocupara mi sitio. La sombra era lo más codiciado a esa hora, y había gente merodeando por ahí, en espera de que alguien dejara un espacio.


Además, su presencia era lo que más disfrutaba mis sentidos. Lo mismo podría decir de mi espíritu.

Llené la hoja de rostros, signos, números y casi garabatos. No quería escribir forzadamente, por lo que evité cualquier palabra. Me pareció inútil intentar dibujarla, su aroma de niña subía hasta mis ojos. Se me ocurrió escribir mirando el cielo, para así llamar su atención y adivinar su rostro, el cual imaginaba como el de una niña virgen María.

Sentí en mi mejilla dos miradas de reojo; la segunda de menor intensidad. Lo que llegué a escribir me pareció muy azuloso y con demasiadas referencias al mar. Casi no había señales de mi viviente musa. Bosquejé ideas que se desvanecieron fácilmente. Temía que desapareciera sin haber escrito antes algo que valiera la pena. Por un instante pensé en mirarla de lleno, pero de inmediato deseché esa idea.

Algo desde muy dentro de mí me decía que esto estropearía lo poco que había hilvanado.

Una voluminosa señora se acercó hacia nosotros. Mi musa con celeridad le ofreció un pedazo de su sombra, y fue su voz lo que hizo temblar la hoja bajo el lápiz.

Cuando terminé el poema, ya no la encontré en ningún lugar, a pesar del aroma de sus pasos.

RAEN

2 imágenes:

nihilego enero 05, 2007 4:31 a. m.  

wow .. que texto .. esto es digno de Dostoievsky en cuanto al manejo de la psicología de sus personajes. Es como estar dentro de la mente del protagonista. No narra mas que un simple instante de la vida .. pero ..... pero. La vida no son mas que instantes. Texto perfectísimo, y muy delicioso, como la golosina de la musa. Besos. Muchos.

Anónimo febrero 25, 2007 1:20 p. m.  

ROCÍO ... ME GUSTARÍA SABER CUAL FUE LA RAZON DE INCORPORAR EN LAS FOTOS LOS PECHOS DE UNA MUJER, SUS LABIOS, EN BLANCO Y NEGRO.

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