lunes, 26 de enero de 2009

Todo irá a pedir de boca

martes, 20 de enero de 2009

La explanada del absurdo (por José Saramago)


Otro hombre levantó la mano, otra pregunta se presentaba, El Señor habló a Moisés y le dijo, El extranjero que reside con vosotros será tratado como uno de vuestros compatriotas y lo amarás como a ti mismo, porque también vosotros fuisteis extranjeros en tierras de Egipto, eso dijo el Señor a Moisés. No acabó, porque el escriba, animado por su primera victoria, lo interrumpió con ironía, Supongo que no es tu idea preguntarme por qué no tratamos nosotros a los romanos como compatriotas, dado que son extranjeros, Te lo preguntaría si los romanos nos tratasen a nosotros como compatriotas suyos, sin preocuparnos, ni nosotros ni ellos, de otras leyes y otros dioses, También tú vienes aquí a provocar la ira del Señor con interpretaciones diabólicas de su palabra, interrumpió el escriba, No, sólo quiero que me digas si de verdad piensas que cumplimos la palabra santa cuando los extranjeros lo sean, no con relación a la tierra donde vivimos, sino a la religión que profesamos, A quién te refieres en particular. A algunos hoy, a muchos en el pasado, quizá a muchos más mañana. Sé claro, por favor, que no puedo perder el tiempo con enigmas ni parábolas, Cuando vinimos de Egipto, vivían en la tierra que llamamos Israel otras naciones a las que tuvimos que combatir. En aquellos días los extranjeros éramos nosotros, y el Señor nos dio orden de que matásemos y aniquilásemos a quienes se oponían a su voluntad, La tierra nos fue prometida, pero tenía que ser conquistada, no la compramos, ni nos fue ofrecida, Y hoy está bajo un dominio extranjero que estamos soportando, la tierra que habíamos hecho nuestra dejó de serlo, La idea de Israel mora eternamente en el espíritu del Señor, por eso dondequiera que esté su pueblo, reunido o disperso, ahí estará la Israel terrenal, De ahí se deduce, supongo, que en todas partes donde estemos nosotros, los judíos, siempre los otros hombres serán extranjeros, A los ojos del Señor, sin duda, Pero el extranjero que viva con nosotros será, según la palabra del Señor, nuestro compatriota y debemos amarlo como a nosotros mismos porque fuimos extranjeros en Egipto, El Señor lo dijo, Concluyo, entonces, que el extranjero a quien debemos amar es aquel que, viviendo entre nosotros, no sea tan poderoso que nos oprima, como ocurre, en los tiempos de hoy, con los romanos, Concluyes bien, Pues ahora vas a decirme, según lo que tus luces te aconsejen, si llegáramos un día nosotros a ser poderosos, permitirá el Señor que oprimamos a los extranjeros a quienes el mismo Señor mandó amar, Israel no podrá querer sino lo que el Señor quiere, y el Señor, por el hecho de haber elegido a este pueblo, querrá todo cuanto sea bueno para Israel, Aunque sea no amar a quien se debería amar, Sí, si esa fuera finalmente su voluntad, De Israel o del Señor, De ambos, porque son uno, No violarás el derecho del extranjero, palabra del Señor, Cuando el extranjero lo tenga y se lo reconozcamos, dijo el escriba.



Exigen las convenciones que rigen la falsa modestia literaria que el escritor realice un acto de contrición y se disculpe ante el lector cada vez que, bien para apoyar su argumentación o por reconocerse incapaz de enunciar con mayor precisión algo que ya expresó con anterioridad, decide caer en la tentación de citarse a sí mismo. Igualmente, ha de pedir disculpa si dicha cita fuese demasiado larga, aunque, en tal caso, resulte indiferente que el pasaje transcrito sea de su propia autoría o provenga de la pluma de un colega. Por tanto, en acatamiento a tales convenciones empiezo por pedir doblemente perdón al lector: primero, por haberme copiado y, en segundo lugar, por hacerlo extensamente. La larga introducción anteriormente incluida (y que excede de una página...) forma parte de un capítulo de mi novela El Evangelio según Jesucristo, obra que pretendía describir, como su título prometía, otra 'vida' de Jesús, de las más de 600 que en los últimos 200 años fueron publicadas... ¿Qué se narra en ese capítulo? Que tras descubrir que había sido el único en escapar a la matanza de los niños de Belén, el primogénito de José y María, a la edad de 13 años, abandona la casa paterna y se dirige al Templo con el objetivo de preguntar a los ancianos sobre el sentido de la responsabilidad y el alcance de la culpa, en particular si es inevitable que el hijo esté condenado a heredar por siempre jamás la culpa de los padres, culpa que, en el caso que nos interesa, consistía en un delito de omisión cometido por José, por cuanto que, pese a haber sido advertido a tiempo por el ángel de que los soldados irían a Belén para matar, no le pasó por la cabeza avisar a los vecinos del peligro que amenazaba a sus hijos, toda vez que el malvado Herodes, al no poder, obviamente, identificar al niño que, según los Reyes Magos, estaba destinado a ser el rey de Israel, forzosamente ordenaría que eliminasen a todos los niños, único modo de asegurarse de que en el futuro nadie le disputaría el trono. (A propósito, obsérvese, si profundizamos un poco en tal delicado asunto, que a la luz del mero sentido común, era totalmente imposible que Jesús pudiese ser asesinado en Belén. Un minuto de reflexión hubiese bastado para comprender que Dios nunca enviaría a su único hijo a salvar a la impenitente humanidad para verlo morir asesinado a los pocos días o semanas en una oscura aldea palestina, cuando el niño aún no había podido articular la primera sílaba de su mensaje redentor...). Después de que el hombre que había realizado la pregunta, vencido aunque no convencido, se hubiera retirado del debate, Jesús terminó por interrogar al escriba pero, dado que la respuesta que le fue dada no es indispensable para la materia ni para las intenciones de esta reflexión, prefiero dejarla en suspenso, si bien precisamente las culpas y responsabilidades que se derivan de nuestra existencia, tanto las directas como las indirectas, tanto las asumidas como las ocultas, son, como sabemos, una presencia constante en todos nuestros actos y palabras.



Hablemos de imágenes inolvidables. Guardo en la memoria, por ejemplo, el primer sapo que vi, el pelaje suave del ala de un murciélago, una cobra que muda su piel, las ramas de una haya movidas por el viento a la luz de la luna, un valle verde cerca de Vinhais, en el norte de mi país, el rostro de una gitana, una puesta de sol en Lanzarote, la puerta que Miguel Ángel realizó para la Biblioteca de Lorenzo de Médicis, un Descenso de la Cruz de Antonio de Crestalcone, el tímpano de Moissac, un retrato de Rembrandt, la nieve en la cordillera andina, las montañas de Machu Picchu... Como cualquier otra persona, guardo en la memoria otras muchas imágenes bellas o conmovedoras, pero también algunas horribles, algunas repugnantes, algunas insoportables. Tomo aquí dos de ellas y dejo al criterio del lector decidir en cuál de esos grupos, o si en todos ellos, las quiere incluir. La primera imagen muestra a un soldado martilleando la mano derecha de un hombre que otros dos soldados inmovilizan. El soldado es israelí, el hombre a quien le está partiendo los huesos es un palestino que había sido descubierto lanzando piedras. La segunda imagen muestra una cabe za vista desde detrás y dos manos que empuñan y alzan en el aire, una de ellas el Corán y la otra un fusil automático. Estas manos y esta cabeza son de un palestino. No tengo ninguna imagen de manos hebreas levantando un rollo de la Torá, pero los fusiles lo remplazan, ya que las armas del ejército israelí son disparadas en nombre de la Torá, como también en su nombre se aplastaron huesos de palestinos durante la primera Intifada. Y huelga decir que el fusil palestino disparó, dispara y disparará en nombre del Corán.



No importa que el Señor recomendara a Moisés: 'El extranjero que reside con vosotros será tratado como uno de vuestros compatriotas y lo amarás como a ti mismo, porque también vosotros fuisteis extranjeros en tierras de Egipto'; no importa que el hombre preguntase: 'Sólo quiero que me digas si de verdad piensas que cumplimos la palabra santa cuando los extranjeros lo sean, no con relación a la tierra donde vivimos, sino a la religión que profesamos'; no importa que él le recordara la palabra imperativa de su Señor: 'No violarás el derecho del extranjero', siempre hubo y habrá un político, un militar o un escriba dispuesto a darle la implacable respuesta: 'Cuando el extranjero lo tenga y se lo reconozcamos'. Para los sucesivos gobiernos de Israel, para la mayoría de la población israelí, probablemente para la mayor parte de los judíos del mundo y también para los muchos países de la comunidad internacional que, en la práctica, por razones evidentes u oscuras, están comprometidos con la política xenófoba de Israel, todo ocurre como si los palestinos no tuvieran ni el simple derecho a existir personal o colectivamente. La condición extrema de extranjero en su propia tierra a la que desde hace muchos años se encuentra reducido el pueblo palestino no bastó para que le fuera reconocido ese derecho que Jehová especificó expresamente a Moisés: 'Lo amarás como a ti mismo'. El hombre tenía alguna razón cuando dijo: 'Concluyo, entonces, que el extranjero a quien debemos amar es aquel que, viviendo entre nosotros, no sea tan poderoso que nos oprima'. Creo que es de esto de lo que se trata realmente. Palestinos e israelíes han nacido, vivido y perecido sobre un pedazo de tierra que es, para todos ellos, no sólo la realidad de un presente y la posibilidad de un futuro, sino también algo que denominaré el espacio inalienable de un pasado: la metralla con la que se están exterminando levanta del mismo suelo el polvo que pisaron los antepasados de los unos y de los otros (incluyendo a aquellos que desde Abraham tuvieron en común...), pero eso, hasta la fecha, no liberó a ninguno de ellos de la voluntad irreprimible de oprimir y del terror igualmente irreprimible a ser oprimido. Los lazos que históricamente los mantenían y mantienen atados al prejuicio, a la venganza y al odio, fueron y siguen siendo mortalmente moldeados y templados por las respectivas religiones en su más fanática expresión. La intransigencia religiosa no es seguramente la menor de las causas del interminable conflicto que opone, generación tras generación, a israelíes y palestinos. Ciudad a la que, desde hace miles de años, se le da el apelativo de Santa o Sagrada y que un día, inevitablemente, cuando del paso del hombre por el planeta sólo queden escombros y desolación, será equiparada al más anónimo de los muros derrumbados, Jerusalén nunca fue, paradójicamente, un lugar de paz. O, a fin de cuentas, tal vez no sea tan paradójico. Ha llegado la hora de reconocer que las religiones, todas y cada una de ellas, jamás servirán para reconciliar a los mismos seres humanos que las inventaron, sino que, por el contrario, fueron y continúan siendo fuente de intolerancia, raíces de coacción, máquinas de sufrimiento y tortura, motores permanentemente engrasados de genocidios. Fue Tertuliano quien dijo: 'Creo porque es absurdo'. En vista de los actuales acontecimientos en Palestina y de otros a este tenor en el resto del mundo, no pienso que sea abusar del sentido de la particularísima relación entre causa y efecto establecida por aquella afirmación dejar a la consideración del lector la idea de que en materia de creencia en el absurdo todavía no hemos salido del tercer siglo de la era cristiana...



La explanada que el adolescente Jesús atravesó para acceder a las escaleras del Templo no es la mencionada en el título de este artículo. La explanada del absurdo (ese absurdo que parece ser, según Tertuliano, condición de la creencia) es la Explanada de las Mezquitas, uno de los lugares santos del islam en Jerusalén, en la cual se encuentran también los restos del antiguo templo de David, sobre el cual los sectores ortodoxos hebreos pretenden construir un nuevo santuario y establecer un Estado teocrático judío. La deliberada provocación de Ariel Sharon al visitar la Explanada de las Mezquitas, con el propósito de reivindicar el lugar en nombre del judaísmo, acrecentó en la obstinada lucha del pueblo palestino por su independencia un elemento de exacerbación religiosa que más tarde se convirtió en insurrección generalizada. Es la nueva Intifada, más de 2.000 muertos y un número incalculable de heridos hasta ahora. Unas paredes levantadas a las que dieron el nombre de mezquita de Omar, unas piedras viejas a las que llamaron templo de David, es todo lo que bastó para que en nombre de Dios (pero, ¿qué Dios? ¿Habrá un Dios para los judíos y otro Dios para los palestinos? Dios, de existir, ¿no será forzosamente único? ¿Continuará Dios siendo Dios si se extingue la especie humana? Y si continúa, ¿para qué continúa? ¿Para quién?), repito, ¿bastarán esas paredes y esas piedras, surgidas, como todo, del principio del mundo, para que a ojos de Dios todos los crímenes se vuelvan legítimos, y no sólo legítimos sino justos, y no sólo justos sino imperativos? Si la razón y la fe sirven para esto, ¿no sería mejor que todos enloqueciéramos?



Digan lo que digan los teólogos, matar en nombre de Dios siempre será hacer de Dios un asesino. Digan lo que digan los teólogos, ningún Dios que se respetase consentiría que un ser humano perdiese la vida por él. Digan lo que digan los políticos, los militares, los doctores de los templos. Y los escribas.

lunes, 19 de enero de 2009

Mi causita


Debería haber estado escribiendo algo para una revista, pero sencillamente eso del vértigo de la página en blanco me duele mucho estos días. Y como se me está haciendo costumbre terminé haciendo mil cosas diferentes, como hablar con mi mejor amigo en Perú.


Es increíble que haya llegado a ser mi mejor amigo, pobrecillo no sabe en qué súper problema se ha metido.



Jose (sin tilde) adora el cine, tanto que lo ha llevado a editar una revista. Recuerdo que lo conocí hace algunos años por culpa de esa revista. Él quería ser editor y yo quería ser correctora de estilo. Y un día nos encontramos en medio de dos historias un poco complicadas. Nos dimos cuenta de que “lo nuestro” (muy entrecomillas como siempre en joda) nunca podría ser. Luego conocí a Dami, me casé y terminé en Tiquicia; y él volvió con esa de cuyo nombre no puedo acordarme (a la que hemos dedicado miles de tertulias).


Ahora estamos, como él dice, a miles de años luz; sin embargo, hablamos mucho más que antes, apretamos agendas para escucharnos (leernos) el uno al otro, compartir frustraciones, planear venganzas que nunca cumpliremos, contarnos los chismes de conocidos en común, hablar de cuánto odiamos a los gatos de los vecinos.


Jose sueña con que salga embarazada de gemelos para ser tío de dos de una sola vez por todas (ese fue su oscuro deseo de año nuevo), yo quiero que él sea feliz, y que entienda que el mundo no es tan gris, que tiene pintitas rosadas y verdes si uno mira con mucho cuidado. Jose espera que vaya pronto a Lima para meternos en cualquier huarique y emborracharnos a punta de pisco y vinos bien peruanos porque supone (y supone bien) que estoy harta de tanto vino gringo y chileno, yo quiero llegar a Lima para comernos la butifarra calientita en el cafetín de la Camaná. Jose siempre pide que le envíe café, yo espero que algún día me envíe todititos los números de Godard! que me faltan, porque quién más que yo corrigió los horrores ortográficos de esa revista antes de que se fuera a imprenta.



He perdido el contacto con algunos amigos desde que estoy en Ticolandia, pero me quedan los buenos.

martes, 13 de enero de 2009

Ver para creer


Hoy recibí el comentario más extraño, un muchacho anunciaba que tenía cáncer, y pedía apoyo moral, de cierta manera utilizó mi blog para hacer pública su enfermedad. Hasta allí me pareció un poco morboso anunciar a todo mundo (a gente que no conocía, ni si quiera por la red) que estaba enfermo, pero cada uno es libre de decir lo que quiera en su blog.


Bueno, visité el blog de ese muchacho, y me llamó la atención que pidiera ayuda económica para solventar sus gastos médicos, le daba mucha pena hacer eso, pero decía que era muy pobre, y que tenía que esperar mucho para que lo atendieran en el hospital.



He visto y escuchado tanto acerca de estos temas que la verdad ya no sé qué creer. Las cosas que uno vive nos vuelven tan incrédulos que esperamos pruebas. Lo siento, pero me incluyo en este grupo de personas. He dejado el comentario del muchacho en mi blog, queda en cada uno creerle o no.

jueves, 8 de enero de 2009

Cuando pase el temblor (6.2)


Veía salir a la gente de sus casas, algunas tenían niños en sus brazos. Pensé que había ocurrido un accidente en la vía y que las personas querían ver qué había pasado. Miraba por la ventana del bus y a lo largo de la pista más y más gente salía de sus casas con cara de susto.



Bajé a dos cuadras antes, el día estaba muy bonito y quería caminar un rato. Era raro que las personas todavía estuvieran en las puertas de sus hogares, escuché ambulancias, pero no lograba entender. Caminé tranquilamente hasta mi casa.



Al abrir la puerta, escuché el teléfono, pensé que era Da pues me había pedido que le revisara unas cosas antes de que salgan en el periódico. Pero era su mamá, quería saber si estaba bien, le dije que sí, y me contó lo del fuerte temblor. Recién entonces me di cuenta de que varios libros se habían caído de los estantes y había un vaso roto en el suelo.


Intenté llamar a Da, pero la red estaba saturada. Andaba preocupada porque el edificio donde trabaja tiene muchos vidrios grandes. Ahora sí yo tenía la misma cara de las personas de las calles. Vi las noticias, y pasaban tomas de edificios que habían sufrido daños.


Después de casi tres horas pude hablar con él, afortunadamente, estaba bien; y ya me estaba bombardeando con textos que referían el súper temblor para revisarlos. Esperaba que viniera temprano, pero con el suceso de hoy, creo que se quedará más tiempo en la oficina.



Aún tiembla de vez en cuando. La casa se bambolea, pero no me asusto, creo que es porque no sentí el movimiento más fuerte, o será porque el después del terremoto de Lima, puedo aguantar cualquier cosa. En fin, estoy cenando sola, y veré a Da cuando pase el temblor.

El otro espejo 2008 © Blog Design 'Felicidade' por EMPORIUM DIGITAL 2008

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