domingo, 31 de diciembre de 2006

Lucinda 2

El dolor cada vez es más profundo. Es difícil poder soportarlo. En todo momento lo siento y creo que ya debo acabar con todo esto. Necesito de ti madre, pero es muy tarde. Nadie me escucha mejor que tú. Nadie puede entender todas las cosas que pasan dentro de mí. La enfermedad es incurable, yo lo sé. Ese cáncer me imposibilita el moverme tranquilamente. Había llegado a mi vida, estaba segura de que se quedaría conmigo. Estos días lo estoy confirmando, estoy maldita, siempre tengo que equivocarme.

Madre sólo tú me conoces más que yo misma y sabes qué paso daré. Ahora me encuentro perdida. Debí de haberme mentido desde el principio, no entregar todo, guardar algo para mí, algo que me sostenga y no me deje caer cuando él me faltase. Erré nuevamente. Yo me he asesinado. Sí, yo fui la asesina… yo me maté… madre y no logro perdonarme… dime ¿cómo lo hago? Dos objetos brillantes han vuelto hacia mí en medio de la noche, tú ya sabes de qué se trata. Aves cayendo a mis pies habrán muerto

Podrías creer que esto es una confesión, mejor sería un intento de perdonarme por todas las cosas equivocadas que he hecho desde que lo conocí. Tenía el color de las hojas secas, creo que fue eso lo que llamó mi atención, un tostado parejo a causa del sol revelaban que en algunas ocasiones abusaba de él. Los ojos, madre, gigantes luces almendradas enmarcadas por unas pobladas cejas. Era muy joven todavía cuando lo conocí, yo tuve la culpa de que envejeciera tan rápidamente. Su cabello cambió de color después de nuestros encuentros.

Tuvo que aparecer él para darme cuenta de que podía existir un mundo paralelo que me estaba perdiendo por estar encerrada. Me permití ser libre una vez, aunque no se cómo serlo (menos ahora), pero no noté que me iba envolviendo en historias jamás contadas pedazos de vidas ocultas, cubiertas de verdades. Lucinda decía que no sé mentir. Ahora lo confirmo. El decía que lo podía oler. No he aprendido nada. Ahora no importa, se ha ido. Eterna linealidad nos acorrala todo el tiempo… pequeño Herodes cuándo te decidirás y acabarás con todo esto.

Creo que nunca sospechó lo feliz que me hacía, de cómo llenaba todo espacio (si no, no hubiera actuado como te conté en la anterior carta). Lamentablemente, no me enseñaste a amar de otra manera.

Madre le permití ocupar todo mi mundo, ese fue el motivo. Pero ¡qué equivocada estaba! Siento que no puedo dar un paso más. A él no le importó dejarme allí, sola, muriéndome de soledad, de pena, de vergüenza. Se levantó y se fue llevándose mis sueños, dejándome más vacía de lo que me había encontrado.

Así cansada y sin fuerzas te escribo. No sabes el dolor que sufro al armar cada palabra, el sólo hecho de mover mis dedos es insoportable.

No pretendo que me tenga lástima. Aunque lo confieso si eso lo hace volver a mí lo intentaría... una serpiente asciende, contoneándose dentro mío, hermana déjame en paz por favor.

Me enseñaste que la última forma de amar es dejarlo ir. Ahora madre, dime ¿cómo hago para dejarlo ir sin que me duela tanto? Tú me has engañado. Dejarlo ir significa dejarme ir yo también.

sábado, 30 de diciembre de 2006

Historia de una gorda 1


El dolor saturo mis poros
Es cierto, tuve miedo
Pero estoy sola observando a la gorda de al lado mecerse lentamente.
Mi madre,
Ya es tarde
Los segundos corren a las esquinas
Y mis manos siguen maldiciendo sus ojos.

martes, 26 de diciembre de 2006

Una mariposa...

Una mariposa anida en mi sexo,
Sus alas se desploman bajo tus pisadas.
No pudiste arrancar sonidos de las piedras,
Las ganas de besarte se funden en mis manos
En mi impotencia al no poder poseerte.
Te he conjurado
He gritado tu nombre hasta caer en el hastío.
Te he maldecido.
Aun así
Vuelvo a sonreír cada noche.

domingo, 24 de diciembre de 2006

Imaginaré...


Imaginaré
El silencio oscuro en el que te hallas encerrado,
La mirada perdida;
La luz que jamás viste
El aire que nunca aspiraste.

Tocaré
El susurro que se filtra entre tus labios
(Como el murmullo de muros vacíos e inestables).

Sentiré
Tu cuerpo incestuoso,
Tus senos flácidos,
Tu falo sin vida

Tú que jamás exististe,
Tú que siempre miro
(Como una serpiente que circunda
El ombligo de mis pensamientos),
Acércate,
Rescátame de este abismo,
Alimenta esa libertad
Y luego,
Luego
Vuelve a tu laberinto
Sin paredes ni puertas
Sin Teseos embriagados de poder
Sin Ariadnas traidoras ni traicionadas
Regresa a tu laberinto,
tú que quizás existes.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Lucinda 1

La habitación es pequeña y oscura, apenas iluminada por una lámpara, dentro Lucinda teje desde tiempos inmemoriales. Es imposible determinar su edad, no es vieja, pero hace tiempo dejó de ser joven; algunas arrugas han logrado anidar en su rostro, aunque todavía mantiene esa mirada tan llena de preguntas, aquella que apenas parece apartar de su labor cuando decide dirigirte la palabra, pero está allí y te mira, y te pierdes, y...

Tiene el cuerpo pequeño, delgado y frágil. Dicen que nunca engordó, envidia de las mujeres, ni siquiera cuando estuvo embarazada -nadie supo que lo estaba hasta que los dolores de parto hicieron correr a su marido en busca del doctor-.

Su cabello, cogido en un moño justo encima de la nuca, no es abundante. Las hebras son muy delgadas y largas, debieron ser de un negro intenso, aunque ahora están cambiando de color.

Tiene manos pequeñas llenas de lunares inmensos que cubren casi cada centímetro de su piel que originalmente debió ser blanquísima; aun ahora sus manos son tan delicadas y suaves como los pétalos de una rosa. En la mano izquierda, el dedo anular guarda un anillo de plata labrada, quien sabe donde lo obtuvo, lo cierto es que jamás se lo quita. Este anillo tiene un diseño bastante extraño, con un acabado antiguo, semeja un caracol de mar boca abajo, además tiene incrustaciones de piedras brillantes pequeñísimas distribuidas de manera asombrosa a lo largo de la comisura ondulada del caracol, el tamaño del anillo no armoniza con su dedo, es muy pequeño para la mole que se eleva cobre uno de ellos, pareciese que el caracol está tratando de engullirlo. De vez en cuando ella acerca el anillo a su oído como si pudiese escuchar el rugido del mar a través de él, un mar que ella nunca ha visitado.

Lucinda teje y teje. El viajó hace mucho tiempo.

Está muy oscuro, sería raro que hubieses notado mi presencia. Pero aun así compruebo que el tiempo no es sólo mío, cuando dejaste de ser tú. Mariano, querido, cuánto tiempo habrá pasado después de la última vez que nos vimos, querido el sueño es eterno, y el espejo aún no se ha roto.
El mar, verde, salado, inmenso, ondulante, el mar...

Lucinda calla cuando, finalmente, sus padres luego de conocer a todos los pretendientes se han decidido por uno. No se parece en nada a él, tendría que haber sido él el elegido, no este pedazo de carne fofa que sonríe y trata de mostrar lo bien cuidados que están sus dientes, si ya se nota que vas al dentista hasta cinco veces al año. Sonrisita.

De todas maneras ellos nunca se hubieran casado, sus padres jamás lo hubieran permitido. Descansó. Aceptó el pretendiente que le fue impuesto y trataba de creer que la vida que llevaría sería la mejor ya que había sido criada para dar origen a una familia, ella tenía que ser madre y esposa, su existencia no estaría completa hasta no haber concebido.

Ya es tarde la lámpara no ilumina lo suficiente y sus ojos están cansados de haber estado mirando el vacío.

Es extraño que alguien la visite a las siete de la noche, por eso voltea asustada cuando escucha golpes en la puerta, pero si todavía no es la hora de la cena.

Sonrisita. Vendrán a visitarte, hoy a las siete de la noche, con consentimiento de tu padre, por insistencia de tu madre has dejado de tejer y te aproximas a la puerta lentamente tratando de negar lo inevitable, Bruno espera abajo. Tienes que hacerte la idea de que él será tu futuro esposo, por lo menos tendrás niños con dientes perfectos. Sonrisa.

Un olor a guiso se filtra por debajo de la puerta y se escurre en tus pulmones. Ha pasado tantísimo tiempo desde que sentiste ese aroma… Mariano porqué no fuiste tú…

Abajo, la eterna canción…

domingo, 29 de octubre de 2006

Amanece

Es la primera vez que publicaré en esta página y no tengo la menor idea de quienes vayan a poder leerme... a decir verdad, creo que no me interesa mucho. Pienso que este espacio, a pesar de ser público, va a ser muy privado, también. Hace poco hablaba con un amigo sobre los blog. Me decía que él tenía uno, pero como todo texto, había logrado crear un personaje: uno que él siempre quiso ser. Así que, aunque pensemos que las cosas que acá se comenten parezcan verdaderas, uno tiene que dudar siempre de las cosas que lee. Todo lo que uno lee tiene muchas formas de ser interpretado. ¡¡¡Maldito lenguaje!!!, ¡¡¡malditas palabras!!! Espero poder darle forma a este espacio.
Bueno empezaré...

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