martes, 22 de diciembre de 2009

Feliz Navidad!

lunes, 7 de setiembre de 2009

Qué difícil es ser normal

jueves, 20 de agosto de 2009

Mi Green Card a la Tica


Todos mis amigos saben que, desde hace más o menos un año, estoy enredada entre trámites y papeleos a fin de obtener el famosísimo carnet de residencia (algo así como la Green Card a la tica). Metí los papeles desde setiembre del año pasado y luego de idas y venidas, horas de horas esperando en la fila, dejando de ir al baño y cosas así; por fin hace dos meses me dieron cita para este viernes.



Estar en Migración siempre fue increíble, ese mismo día podía hablar en inglés, en español y oía hablar en chino, japonés, italiano y hasta en argentino. Dentro de todo, era divertido, conocer personas de diferente nacionalidad.



Aún así el último día que estuve ahí fue el peor de todos. Llegué como a las 7:30 a.m. y salí a las 4:00 p. m. Muchas veces observé a unas personas acercarse a las ventanillas con un montón de papeles. Sin embargo, me llamó la atención que dos de ellos vistieran camisetas de equipos de fútbol peruanos. Primero pensé que eran peruanos que, como yo, estaban haciendo los trámites de residencia. Luego una escuché a una señora (nicaragüense) decir que los peruanos “aceleraban” todo el proceso y que cobraban bien barato. Quise entender a qué se refería aquella señora con “acelerar”, pero preferí quedarme callada. Como tres horas después, yo seguía sentada y veía a los “peruanos” y otra gente en medio de un ajetreo espectacular. Ya no quedaba casi nadie esperando, apagué mi reproductor cuando los “peruanos” se sentaron a mi lado -quizá podría hablar con ellos de lo mucho que extrañaba la mazamorra morada-, y oí que el de la camiseta de Universitario comentaba que cuando fuera a Lima iba a traer cosas de Polvos Azules para regalarle a la gente de las ventanillas a fin de que siempre pasaran a sus clientes primero. El de la camiseta de la selección peruana le preguntó, si le iba a traer cosas piratas; a lo que le respondió que siempre le había traído perfumes de allí, y que ellos nunca se habían dado cuenta.

Me sentí avergonzada, mis compatriotas estaban importando toda la viveza (de la mala) peruana. Tenía toda la mala onda de haber estado esperando toda la mañana y parte de la tarde para que vieran mis papeles; y ellos, gracias a los favores y regalitos (piratas) que les hacían a los burócratas, pasaban de primero a sus clientes. INJUSTO.



Salí dispuesta denunciarlos en la Contraloría de Servicios, pero me pasé de largo, porque a pesar de todo, eran peruanos como yo, y ya era tan tarde que hacía media hora los de la contraloría se habían ido.



Mañana voy a Migración, si veo todo eso de nuevo, espero denunciarlos.

jueves, 30 de julio de 2009

Encuentro cercano con el blin blin


Hoy caminaba con Circe cuando vimos que desde el final de la calle se acercaba un grupo de muchachos con pinta algo extraña. Eran como seis vestidos con ropa demasiado holgada y con gorras. Me asusté y empecé a pensar cómo cruzar entre ellos. Creo que por un acto reflejo, ajusté la correa de Circe (sabía que ella me defedería con su vida, si fuera necesario :S) y empuñé con fuerza mi iPod. Planeaba quedarme quieta hasta que ellos pasaran. Como flashback recordé la vez que me asaltaron al salir de noche de un centro comercial en Lima. La verdad es que estaba muy asustada.



Cuando finalmente llegaron a mi lado, uno de ellos me dijo algo, yo solo podía ver el gran símbolo de dólar dorado que colgaba de su cuello a la par de muchas otras cadenas, su gorra vuelta atrás, su camisa súper floja y los anillos de sus dedos. El muchachito no debía de tener más de 12 años, me preguntaba por una calle, le dije que no la conocía. Mientras tanto, Circe estaba encantada saltando alrededor del chico, mientras los otros le acariciaban la cabeza y ella les regalaba lamiditas y saltitos. La jalé y seguimos caminando. Ellos siguieron su camino. Circe no sirve para perrito guardián.


En el camino pensaba en por qué los había juzgado de delincuentes por la ropa que llevaban. Definitivamente, esa onda hip hop urbana reguetonera me está confundiendo.



miércoles, 10 de junio de 2009

La imagen del fin del mundo

Monumento a las víctimas del desastre de Chernóbil en el cementerio Mitino de Moscú, donde están enterrados algunos de los bomberos y liquidadores que combatieron las llamas y murieron a causa de la radiación. Foto de Mijaíl Yevstáfiev.



miércoles, 27 de mayo de 2009

Mi historia con el Barça (por Joan Manuel Serrat)


Blaugrana al vent
(Azulgrana al viento)

Azulgrana al viento,
corazón valiente.
Tenemos un nombre,
todos lo saben:
Barça,Barça, Barça...



Así dice el estribillo del himno del F.C. Barcelona.


Cuando voy a la cancha, que es siempre que me lo permiten mis compromisos profesionales, uniéndome a la voz de la afición, lo canto puesto en pie mientras el equipo salta a la cancha. Hermosas tardes de domingo en que por un rato regreso a la niñez, a los álbumes de monas con las fotografías de los jugadores eternamente jóvenes y a los picados en los baldíos, donde los postes eran un par de piedras y el dueño de la pelota se autoproclamaba el capitán del equipo, porque si no me la llevo.



Así como la patria del hombre es el lenguaje, la patria del fútbol es la infancia.



Me gusta jugar al fútbol, pero apenas fui un futbolista mediocre. Hubiese dado la pierna de mi vecino por jugar con el Barça en primera, pero la vida no me regaló este talento y las únicas veces que he podido vestirme de azulgrana ha sido con los equipos de veteranos que me invitaban a compartir sus entrenamientos y algún partido amistoso al que mi popularidad como cantante me permitía acceder.



Soy del Barça desde que tengo conciencia.



Nací del Barça como nací varón, moreno, catalán y del Pueblo Seco.



Nadie me preguntó al respecto ni hay antecedentes de aficionados al balompié en la familia.



Soy “culé” pese a los esfuerzos del señor Arévalo, el tendero de mi calle, un aragonés “perico” y republicano que, a menudo, me llevaba al campo del Español, nuestro eterno rival local, tratando de convertirme al equipo blanquiazul.



Un inciso: a los del Barça nos llaman “culés” (del catalán “cul” / culo). Término acuñado a principios del siglo pasado cuando en los días de partido las tribunas de tablones de madera de nuestra primera y humilde cancha de la calle Industria mostraban al transeúnte un curioso paisaje de culos sucesivos asomados a las aceras, olvidados del resto de sus respectivas humanidades.



De la misma manera, a los del Español se les llama “pericos” porque, por aquellos mismos días, no tuvieron otra ocurrencia que embellecer la entrada de su cancha con unas enormes jaulas llenas de escandalosos periquitos para darle algún color a su gris existencia.



Volviendo al señor Arévalo y a sus afanes proselitistas, quedan en mi memoria como una fiesta, aquellos domingos por la tarde cuando tomábamos un taxi colectivo en la esquina del bar Chicago, allí donde las Rondas desembocan en el Paralelo, y junto a tres desconocidos que completaban la capacidad del vehículo, subíamos hasta el desaparecido estadio de la Avenida de Sarria a disfrutar del partido, desde la nueva grada lateral, mezclados con lo más florido de la hinchada españolista.



Yo estuve allí, aplaudiendo al equipo que por aquellos años dirigía Alejandro Scopelli, un técnico uruguayo con el que el Español estuvo a punto de ser campeón aquel año y que durante el intermedio de los partidos repartía oxígeno a los jugadores para ayudarles a recuperar el aliento. Confieso que durante varias temporadas canté los goles de Arcas, Marcet y Mauri abrazado a mi buen vecino y tendero y no me avergüenzo de ello ya que jamás apostaté de mi barcelonismo. Mi comportamiento en la cancha de Sarriá no hacía otra cosa que corresponder al afecto que me regalaba el señor Arévalo, que además de llevarme al fútbol en taxi me invitaba a caramelos y refrescos y a la vuelta a casa a pie, cuando el domingo se ponía triste con el atardecer, me compraba el Goles, un panfleto impreso a multicopista, que, con los resultados de la jornada, se vendía a la salida de los estadios. Pero mi corazón, a pesar de no haber pisado jamás el estadio del F.C. Barcelona, ni por un instante, en ningún momento, dejó de ser “culé”.



Mi barcelonismo se afianzó de manera definitiva cuando fichamos a Kubala. Los ases buscan la paz, publicitaba el Régimen y el fichaje de aquel húngaro rubio que, luego de jugar con Hungría y Checoslovaquia, llegó a España huyendo de las garras del comunismo, según rezaban los eslóganes de la época, fue una convulsión para la ciudad, el fútbol y, sobre todo, para el Barça.
Hay un antes y un después de Kubala en la historia del F.C. Barcelona.



Las mujeres se volvían locas por él. Las putas lo confesaban. Las canciones de moda adaptaban sus letras al bello eslavo:


La raspa la inventó
Kubala con su balón
Kubala pasa a Cesar
Y Cesar remata…Y gol…



Era un ídolo al que sus pecados y sus goles mitificaban. Se hablaba de que salía a jugar después de una noche de farra sin dormir, borracho incluso y a pesar de ello corría los noventa minutos y marcaba goles. Era un figura, un monstruo.



Todos los niños queríamos ser Kubala y a mí también me cosió mi madre el número ocho del húngaro de oro en la camiseta azulgrana que me trajeron los Reyes Magos aquellas navidades.


Con él, el Barça empezó a ganar. Volvió a ganar. Fueron los años dorados de las Cinco Copas. Lo ganábamos todo. La noche en que regresaron a Barcelona después de ganarle al Niza la Copa Latina y la pasearon por la Plaza de San Jaime, yo estaba allí.



Mi padre me llevó a recibir al equipo. Me subió a una de las columnas del Palacio de la Generalitat de Catalunya, entonces en el exilio como todo lo que olía a catalán, y desde las alturas vi cómo los jugadores Basora, Biosca, Ramallets, Cesar y, por supuesto, Kubala, cruzaban la plaza por un estrecho pasillo humano de “culés” entusiasmados.



Y un día pisé por primera vez las gradas del ya desaparecido campo de “Les Corts”, el que fue estadio del F.C. Barcelona. Fue un 23 de junio por la noche, una verbena de San Juan, noche de solsticio de verano en la que, como en tantas ciudades mediterráneas, las hogueras se multiplican en las calles, alimentadas por los viejos cachivaches arrojados al fuego purificador que bendice el tiempo nuevo que recién se alumbra.



Aquella noche de fiesta, bajo un cielo que encendían los cohetes, jugamos contra el Botafogo un partido amistoso. Lo de amistoso es un decir, ya que mediada la segunda parte y perdiendo los brasileños por 2 a 0 se montó una tangana de padre y muy señor mío. Una bronca muy poco ejemplar pero inolvidable, que acabó con algunos jugadores en el hospital y otros en la comisaría de policía.



Desde entonces hasta la fecha, he visto grandes jugadores vestir y darle lustre y esplendor a la zamarra azul y grana. De Maradona a Ronaldinho, de Cruyff a Lineker, de Ronaldo a Romario, pasando por Shuster, Koeman y tantos otros… Mucho fútbol de calidad ha defendido estos colores, pero, sobre todo, y para siempre vaya por delante mi gratitud a los jugadores autóctonos, los que de niños soñaron con vestir esta camiseta, los que llevan los colores marcados a fuego en la piel como Guardiola, Xavi o Puyol y antes Rexach o Fusté y muchos años antes los Martín, Alcántara, Samitier, jugadores de casa que la afición necesita para reconocerse y sin los cuales el Barça sería solo un club de fútbol más.



Pero el Barça es más que un club. Comparto las palabras de Manuel Vázquez Montalbán cuando afirmaba que el Barça es el ejército simbólico desarmado de la catalanidad. Trataré de explicarme. En tiempos de dictaduras, el F.C. Barcelona fue un reducto del catalanismo político que, impedido de expresarse libremente en la vida pública, se refugió en las más diversas asociaciones o entidades sociales catalanas, desde el Centro Excursionista al Orfeón Catalán pasando por el Omnium Cultural o las peñas sardanistas, pero ninguna otra actividad entre las toleradas tan masiva y vociferante como el fútbol y de ahí que en una Catalunya enmudecida y represaliada, el Barça se convirtiera en algo más que un club de fútbol y este sentimiento se prolonga hasta nuestros días.



He vivido con mi equipo grandes alegrías y tremendas decepciones. Sentado en el bordillo de la acera de mi calle, bebí la hiel de la derrota de Berna en 1961, cuando el Benfica de Eusebio, Simoes y compañía, los postes y el sol en los ojos de Ramallets, convirtieron en humo y lágrimas mis juveniles ilusiones de pasear por las Ramblas la sexta Copa de Europa. Para mayor desgracia, las cinco anteriores las había ganado el Real Madrid, que años antes nos robó por salomónica decisión franquista a Alfredo Di Stéfano.



Toqué el cielo con el dream team de Johan Cruyff, que regaló a nuestras vitrinas cinco ligas seguidas y que con un zapatazo de Koeman le sacó las telarañas al arco de la Sampdoria redimiéndonos de nuestros pecados y elevándonos al olimpo de Wembley con nuestra primera Champions League. Amén.



Volví de Sevilla con las banderas a media asta cuando el Steaua de Bucarest impuso la vieja y tópica verdad de que no hay enemigo fácil y nos ganó en los penaltis, y años después, embebido o embobado, caminé tras Ronaldinho, el, flautista blaugrana, como los ratones de Hamelin rumbo a París a ritmo de samba, rumbo a la gloria para volver de Saint-Denis abrazado a nuestra segunda Copa de Europa.



Y entre un hola y un adiós, año tras año, temporada tras temporada, soñando, sufriendo y gozando en este valle de lágrimas, pendiente de los caprichos de un balón y sus circunstancias.



Ganen o pierdan les quiero como a mí mismo, por tanto no soy imparcial. No les engañaré con eso de que no me importa perder mientras el equipo juegue bien y que deportivamente aplaudo al rival cuando es mejor y todas esas tonterías de caballeros. Yo pecador, en los partidos importantes, prefiero ganar aunque sea de penalti injusto y si no ganan me cabreo y los puteo. Incluso en casos extremos pierdo el apetito y en épocas de tragedias prolongadas me amenazo con romper el carné de socio. Pero se me pasa enseguida. Afortunadamente el hombre sensato que hay en mí reflexiona y me habla de que no vale la pena, que hoy en día el espectador no tiene soberanía alguna, que el fútbol es un espectáculo globalizado y los jugadores individuos mediáticos que están ahí para vender camisetas más que para jugar, y yo le digo que sí, que cuánta razón tiene… Pero en cuanto el tipo juicioso se da la vuelta, vuelvo a jugar a las monas con el niño que soy, me envuelvo el corazón con la bufanda “blaugrana” y canto en voz baja:



Tenemos un nombre,
todos lo saben:
Barça, Barça, Barça...



viernes, 22 de mayo de 2009

Otra vez

He pasado toda una vida buscando respuestas, persiguiendo un mundo que empieza justo donde finaliza este. Espero impaciente y sin temor ese nuevo comienzo.



miércoles, 20 de mayo de 2009

De fantasmas


¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor quizás. Algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma, eso soy yo...

martes, 31 de marzo de 2009

Hablaba y hablaba... (por Max Aub)


Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

lunes, 30 de marzo de 2009

Sueño infinito de Pao-Yu (Fragmento de la novela Suelo del Aposento Rojo por Tsao Hue-King)


Pao Yu soñó que estaba en un jardín idéntico al de su casa. ¿Será posible, dijo, que haya un jardín idéntico al mío? Se le acercaron unas doncellas. Pao Yu se dijo atónito: ¿Alguien tendrá doncellas iguales a Hsi-Yen, Pin-Erh y a todas las de casa? Una de las doncellas exclamó:

-Ahí está Pao Yu. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?



Pao Yu pensó que lo habían reconocido. Se adelantó y les dijo:



-Estaba caminando; por casualidad llegué hasta aquí. Caminemos un poco.



Las doncellas se rieron.



-¡Qué desatino! Te confundimos con Pao Yu, nuestro amo, pero no eres tan gallardo como él.



Eran doncellas de otro Pao Yu.



-Queridas hermanas -les dijo- yo soy Pao Yu. ¿Quién es vuestro amo?



-Es Pao Yu -contestaron-. Sus padres le dieron ese nombre, que está compuesto de los dos caracteres Pao (precioso) y Yu (jade), para que su vida fuera larga y feliz. ¿Quién eres tú para usurpar ese nombre?



Se fueron, riéndose.



Pao Yu quedó abatido. "Nunca me han tratado tan mal. ¿Por qué me aborrecerán estas doncellas? ¿Habrá, de veras, otro Pao Yu? Tengo que averiguarlo".



Trabajado por esos pensamientos, llegó a un patio que le pareció extrañamente familiar. Subió la escalera y entró en su cuarto. Vio a un joven acostado; al lado de la cama reían y hacían labores unas muchachas. El joven suspiraba. Una de las doncellas le dijo:



-¿Qué sueñas, Pao Yu, estás afligido?



-Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron y me dejaron solo. Las seguí hasta la casa y me encontré con otro Pao Yu durmiendo en mi cama.



Al oír este diálogo Pao Yu no pudo contenerse y exclamó:



-Vine en busca de un Pao Yu; eres tú.



El joven se levantó y lo abrazó, gritando:



-No era un sueño, tú eres Pao Yu.



Una voz llamó desde el jardín:



-¡Pao Yu!



Los dos Pao Yu temblaron. El soñado se fue; el otro le decía:



-¡Vuelve pronto, Pao Yu!



Pao Yu se despertó. Su doncella Hsi-Yen le preguntó:



-¿Qué sueñas Pao Yu, estás afligido?



-Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron...

miércoles, 25 de marzo de 2009

Cumpleaños

Ruido, escaleras, puerta, café, periódico, dientes, ducha, albahaca, romero, césped, Eco, Eco, Eco, Eco…



Computadora, libro, libro, señor Mora, libro, exploto, locura, libro, libro, asco, libro, desesperación, libro, cabello, libro.



Almuerzo, regalo, Monserrat, disco, sonrisa, Sabina, Serrat, Aute, sandía, SoHo, Princesa, madre, Jose, María, Raúl, padre, suegros, Gabo, Vivi, Lucy, Cata, Vica, Tamy, Francisco.



Libro, señor Mora, libro, libro, asco, escape, Eco, Eco, Eco, Eco…



Café, Eco, galleta, Eco, teléfono, Eco, Eco, Eco…



Computadora, libro, asco, asco, Sabina, Serrat, Eco, Eco, Eco………… Eco.



Damián, sonrisa, pastel, velas, canción, beso.


viernes, 27 de febrero de 2009

¿Cómo te llamabas?


¿No les ha pasado que a veces están pensando en mil cosas que cuando alguien les dice su nombre no lo pueden recordar? Esto me ha ocurrido tantas veces que tengo que admitir que soy una total despistada para recordar nombres.



Hace algunos años conocí a un muchacho en la universidad, y nos enganchamos en una conversa que duró horas de horas. Una semana después lo volví a ver en la facultad, recordaba todo lo que habíamos hablado pero no me acordaba de cómo se llamaba. Nos sentamos en una banca mientras esperábamos nuestras respectivas clases cuando llegó una amiga mía, me saludó y se sentó con nosotros. Pensé que era el momento de presentarlos… pero no recordaba el nombre del muchacho, solo dije: “Te presento a un amigo que estudia filosofía”, y ella dijo: “María, mucho gusto”. Esperaba que él dijera también su nombre; sin embargo, solo dijo: “Mucho gusto”, vio su reloj y dijo que tenía que entrar a una clase y se fue. Hablé con él muchas veces más, tenía la esperanza de que su nombre se filtrase en alguna vez, me daba pena que él recordara hasta el día de mi cumpleaños. Así pasaron meses y meses.



Luego de terminar la universidad me lo encontré, hablamos un poco y cuando nos despedíamos me dijo: “A propósito, me llamo Andrés, esta vez no te olvides”. Qué vergüenza, todo ese tiempo él supo que yo no recordaba su nombre.


Esta semana conocí a una diseñadora muy interesante, hablamos horas de horas, pero tampoco recuerdo cómo se llama. Debe ser algo tan fácil como Andrés… creo que la llamaré Andrea. Sí, soy una muy mala amiga.

jueves, 12 de febrero de 2009

Los colores, el pato y la casita


Hace unas semanas entré a la librería a ver qué títulos nuevos encontraba, pero no sé por qué terminé en la sección de artículos para oficina. Debe ser porque me encanta el olor de los cuadernos nuevos... ¡ah!, pero esa es otra historia. El hecho es que me descubrí cogiendo una linda caja de colores, tenía 24 lápices, de colores alucinantes. Me dio pena recordar que no sé dibujar ni a un patito (por más que mi mamá me enseñó a hacerlo con el número dos nunca me salió bien). Creo que desde allí vienen mis frustraciones artísticas… Bueno también desde que me jalaron en la clase de dibujo en el kinder porque cada vez que usaba los colores me salía de los límites del dibujo. Mis padres pensaban que eso de lo artístico no era muy importante en su hija, que, según ellos, quería ser médico. En fin, un año después me veía yo a los 5 años, en mi clase de primer grado siendo la burla de mis compañeros por no dibujar bien un patito, o una casita…



Seguía acariciando los colores, y pensaba que sería lindo tenerlos en casa, pues aunque nunca los usaría, serían un buen método para mantener ocupado a Gabo (el sobrino de Da). Así que compré los colores Faber Castel, de forma triangular ergonómica y una zona de agarre suave para manejarlos firmemente, de colores luminosos y completamente acuarelables, y hechos en Alemania. Pero no resistí la tentación y al llegar a casa empecé a dibujar un pato. Me gustó el resultado.


Ahora me doy cuenta de que tal vez no soy mala dibujando patos o casitas, quizá aún no es tan tarde. Y lo confieso me niego a prestarle MIS lápices a Gabo.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Feliz San Valentontín!

lunes, 26 de enero de 2009

Todo irá a pedir de boca

martes, 20 de enero de 2009

La explanada del absurdo (por José Saramago)


Otro hombre levantó la mano, otra pregunta se presentaba, El Señor habló a Moisés y le dijo, El extranjero que reside con vosotros será tratado como uno de vuestros compatriotas y lo amarás como a ti mismo, porque también vosotros fuisteis extranjeros en tierras de Egipto, eso dijo el Señor a Moisés. No acabó, porque el escriba, animado por su primera victoria, lo interrumpió con ironía, Supongo que no es tu idea preguntarme por qué no tratamos nosotros a los romanos como compatriotas, dado que son extranjeros, Te lo preguntaría si los romanos nos tratasen a nosotros como compatriotas suyos, sin preocuparnos, ni nosotros ni ellos, de otras leyes y otros dioses, También tú vienes aquí a provocar la ira del Señor con interpretaciones diabólicas de su palabra, interrumpió el escriba, No, sólo quiero que me digas si de verdad piensas que cumplimos la palabra santa cuando los extranjeros lo sean, no con relación a la tierra donde vivimos, sino a la religión que profesamos, A quién te refieres en particular. A algunos hoy, a muchos en el pasado, quizá a muchos más mañana. Sé claro, por favor, que no puedo perder el tiempo con enigmas ni parábolas, Cuando vinimos de Egipto, vivían en la tierra que llamamos Israel otras naciones a las que tuvimos que combatir. En aquellos días los extranjeros éramos nosotros, y el Señor nos dio orden de que matásemos y aniquilásemos a quienes se oponían a su voluntad, La tierra nos fue prometida, pero tenía que ser conquistada, no la compramos, ni nos fue ofrecida, Y hoy está bajo un dominio extranjero que estamos soportando, la tierra que habíamos hecho nuestra dejó de serlo, La idea de Israel mora eternamente en el espíritu del Señor, por eso dondequiera que esté su pueblo, reunido o disperso, ahí estará la Israel terrenal, De ahí se deduce, supongo, que en todas partes donde estemos nosotros, los judíos, siempre los otros hombres serán extranjeros, A los ojos del Señor, sin duda, Pero el extranjero que viva con nosotros será, según la palabra del Señor, nuestro compatriota y debemos amarlo como a nosotros mismos porque fuimos extranjeros en Egipto, El Señor lo dijo, Concluyo, entonces, que el extranjero a quien debemos amar es aquel que, viviendo entre nosotros, no sea tan poderoso que nos oprima, como ocurre, en los tiempos de hoy, con los romanos, Concluyes bien, Pues ahora vas a decirme, según lo que tus luces te aconsejen, si llegáramos un día nosotros a ser poderosos, permitirá el Señor que oprimamos a los extranjeros a quienes el mismo Señor mandó amar, Israel no podrá querer sino lo que el Señor quiere, y el Señor, por el hecho de haber elegido a este pueblo, querrá todo cuanto sea bueno para Israel, Aunque sea no amar a quien se debería amar, Sí, si esa fuera finalmente su voluntad, De Israel o del Señor, De ambos, porque son uno, No violarás el derecho del extranjero, palabra del Señor, Cuando el extranjero lo tenga y se lo reconozcamos, dijo el escriba.



Exigen las convenciones que rigen la falsa modestia literaria que el escritor realice un acto de contrición y se disculpe ante el lector cada vez que, bien para apoyar su argumentación o por reconocerse incapaz de enunciar con mayor precisión algo que ya expresó con anterioridad, decide caer en la tentación de citarse a sí mismo. Igualmente, ha de pedir disculpa si dicha cita fuese demasiado larga, aunque, en tal caso, resulte indiferente que el pasaje transcrito sea de su propia autoría o provenga de la pluma de un colega. Por tanto, en acatamiento a tales convenciones empiezo por pedir doblemente perdón al lector: primero, por haberme copiado y, en segundo lugar, por hacerlo extensamente. La larga introducción anteriormente incluida (y que excede de una página...) forma parte de un capítulo de mi novela El Evangelio según Jesucristo, obra que pretendía describir, como su título prometía, otra 'vida' de Jesús, de las más de 600 que en los últimos 200 años fueron publicadas... ¿Qué se narra en ese capítulo? Que tras descubrir que había sido el único en escapar a la matanza de los niños de Belén, el primogénito de José y María, a la edad de 13 años, abandona la casa paterna y se dirige al Templo con el objetivo de preguntar a los ancianos sobre el sentido de la responsabilidad y el alcance de la culpa, en particular si es inevitable que el hijo esté condenado a heredar por siempre jamás la culpa de los padres, culpa que, en el caso que nos interesa, consistía en un delito de omisión cometido por José, por cuanto que, pese a haber sido advertido a tiempo por el ángel de que los soldados irían a Belén para matar, no le pasó por la cabeza avisar a los vecinos del peligro que amenazaba a sus hijos, toda vez que el malvado Herodes, al no poder, obviamente, identificar al niño que, según los Reyes Magos, estaba destinado a ser el rey de Israel, forzosamente ordenaría que eliminasen a todos los niños, único modo de asegurarse de que en el futuro nadie le disputaría el trono. (A propósito, obsérvese, si profundizamos un poco en tal delicado asunto, que a la luz del mero sentido común, era totalmente imposible que Jesús pudiese ser asesinado en Belén. Un minuto de reflexión hubiese bastado para comprender que Dios nunca enviaría a su único hijo a salvar a la impenitente humanidad para verlo morir asesinado a los pocos días o semanas en una oscura aldea palestina, cuando el niño aún no había podido articular la primera sílaba de su mensaje redentor...). Después de que el hombre que había realizado la pregunta, vencido aunque no convencido, se hubiera retirado del debate, Jesús terminó por interrogar al escriba pero, dado que la respuesta que le fue dada no es indispensable para la materia ni para las intenciones de esta reflexión, prefiero dejarla en suspenso, si bien precisamente las culpas y responsabilidades que se derivan de nuestra existencia, tanto las directas como las indirectas, tanto las asumidas como las ocultas, son, como sabemos, una presencia constante en todos nuestros actos y palabras.



Hablemos de imágenes inolvidables. Guardo en la memoria, por ejemplo, el primer sapo que vi, el pelaje suave del ala de un murciélago, una cobra que muda su piel, las ramas de una haya movidas por el viento a la luz de la luna, un valle verde cerca de Vinhais, en el norte de mi país, el rostro de una gitana, una puesta de sol en Lanzarote, la puerta que Miguel Ángel realizó para la Biblioteca de Lorenzo de Médicis, un Descenso de la Cruz de Antonio de Crestalcone, el tímpano de Moissac, un retrato de Rembrandt, la nieve en la cordillera andina, las montañas de Machu Picchu... Como cualquier otra persona, guardo en la memoria otras muchas imágenes bellas o conmovedoras, pero también algunas horribles, algunas repugnantes, algunas insoportables. Tomo aquí dos de ellas y dejo al criterio del lector decidir en cuál de esos grupos, o si en todos ellos, las quiere incluir. La primera imagen muestra a un soldado martilleando la mano derecha de un hombre que otros dos soldados inmovilizan. El soldado es israelí, el hombre a quien le está partiendo los huesos es un palestino que había sido descubierto lanzando piedras. La segunda imagen muestra una cabe za vista desde detrás y dos manos que empuñan y alzan en el aire, una de ellas el Corán y la otra un fusil automático. Estas manos y esta cabeza son de un palestino. No tengo ninguna imagen de manos hebreas levantando un rollo de la Torá, pero los fusiles lo remplazan, ya que las armas del ejército israelí son disparadas en nombre de la Torá, como también en su nombre se aplastaron huesos de palestinos durante la primera Intifada. Y huelga decir que el fusil palestino disparó, dispara y disparará en nombre del Corán.



No importa que el Señor recomendara a Moisés: 'El extranjero que reside con vosotros será tratado como uno de vuestros compatriotas y lo amarás como a ti mismo, porque también vosotros fuisteis extranjeros en tierras de Egipto'; no importa que el hombre preguntase: 'Sólo quiero que me digas si de verdad piensas que cumplimos la palabra santa cuando los extranjeros lo sean, no con relación a la tierra donde vivimos, sino a la religión que profesamos'; no importa que él le recordara la palabra imperativa de su Señor: 'No violarás el derecho del extranjero', siempre hubo y habrá un político, un militar o un escriba dispuesto a darle la implacable respuesta: 'Cuando el extranjero lo tenga y se lo reconozcamos'. Para los sucesivos gobiernos de Israel, para la mayoría de la población israelí, probablemente para la mayor parte de los judíos del mundo y también para los muchos países de la comunidad internacional que, en la práctica, por razones evidentes u oscuras, están comprometidos con la política xenófoba de Israel, todo ocurre como si los palestinos no tuvieran ni el simple derecho a existir personal o colectivamente. La condición extrema de extranjero en su propia tierra a la que desde hace muchos años se encuentra reducido el pueblo palestino no bastó para que le fuera reconocido ese derecho que Jehová especificó expresamente a Moisés: 'Lo amarás como a ti mismo'. El hombre tenía alguna razón cuando dijo: 'Concluyo, entonces, que el extranjero a quien debemos amar es aquel que, viviendo entre nosotros, no sea tan poderoso que nos oprima'. Creo que es de esto de lo que se trata realmente. Palestinos e israelíes han nacido, vivido y perecido sobre un pedazo de tierra que es, para todos ellos, no sólo la realidad de un presente y la posibilidad de un futuro, sino también algo que denominaré el espacio inalienable de un pasado: la metralla con la que se están exterminando levanta del mismo suelo el polvo que pisaron los antepasados de los unos y de los otros (incluyendo a aquellos que desde Abraham tuvieron en común...), pero eso, hasta la fecha, no liberó a ninguno de ellos de la voluntad irreprimible de oprimir y del terror igualmente irreprimible a ser oprimido. Los lazos que históricamente los mantenían y mantienen atados al prejuicio, a la venganza y al odio, fueron y siguen siendo mortalmente moldeados y templados por las respectivas religiones en su más fanática expresión. La intransigencia religiosa no es seguramente la menor de las causas del interminable conflicto que opone, generación tras generación, a israelíes y palestinos. Ciudad a la que, desde hace miles de años, se le da el apelativo de Santa o Sagrada y que un día, inevitablemente, cuando del paso del hombre por el planeta sólo queden escombros y desolación, será equiparada al más anónimo de los muros derrumbados, Jerusalén nunca fue, paradójicamente, un lugar de paz. O, a fin de cuentas, tal vez no sea tan paradójico. Ha llegado la hora de reconocer que las religiones, todas y cada una de ellas, jamás servirán para reconciliar a los mismos seres humanos que las inventaron, sino que, por el contrario, fueron y continúan siendo fuente de intolerancia, raíces de coacción, máquinas de sufrimiento y tortura, motores permanentemente engrasados de genocidios. Fue Tertuliano quien dijo: 'Creo porque es absurdo'. En vista de los actuales acontecimientos en Palestina y de otros a este tenor en el resto del mundo, no pienso que sea abusar del sentido de la particularísima relación entre causa y efecto establecida por aquella afirmación dejar a la consideración del lector la idea de que en materia de creencia en el absurdo todavía no hemos salido del tercer siglo de la era cristiana...



La explanada que el adolescente Jesús atravesó para acceder a las escaleras del Templo no es la mencionada en el título de este artículo. La explanada del absurdo (ese absurdo que parece ser, según Tertuliano, condición de la creencia) es la Explanada de las Mezquitas, uno de los lugares santos del islam en Jerusalén, en la cual se encuentran también los restos del antiguo templo de David, sobre el cual los sectores ortodoxos hebreos pretenden construir un nuevo santuario y establecer un Estado teocrático judío. La deliberada provocación de Ariel Sharon al visitar la Explanada de las Mezquitas, con el propósito de reivindicar el lugar en nombre del judaísmo, acrecentó en la obstinada lucha del pueblo palestino por su independencia un elemento de exacerbación religiosa que más tarde se convirtió en insurrección generalizada. Es la nueva Intifada, más de 2.000 muertos y un número incalculable de heridos hasta ahora. Unas paredes levantadas a las que dieron el nombre de mezquita de Omar, unas piedras viejas a las que llamaron templo de David, es todo lo que bastó para que en nombre de Dios (pero, ¿qué Dios? ¿Habrá un Dios para los judíos y otro Dios para los palestinos? Dios, de existir, ¿no será forzosamente único? ¿Continuará Dios siendo Dios si se extingue la especie humana? Y si continúa, ¿para qué continúa? ¿Para quién?), repito, ¿bastarán esas paredes y esas piedras, surgidas, como todo, del principio del mundo, para que a ojos de Dios todos los crímenes se vuelvan legítimos, y no sólo legítimos sino justos, y no sólo justos sino imperativos? Si la razón y la fe sirven para esto, ¿no sería mejor que todos enloqueciéramos?



Digan lo que digan los teólogos, matar en nombre de Dios siempre será hacer de Dios un asesino. Digan lo que digan los teólogos, ningún Dios que se respetase consentiría que un ser humano perdiese la vida por él. Digan lo que digan los políticos, los militares, los doctores de los templos. Y los escribas.

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